jueves, 13 de octubre de 2016

El corresponsal de guerra


Ernie Pyle

*Por estos días se supo que los correos, y otros buzones de la red de redes, de algunos periodistas, habían sido hackeados, espiados, por los servicios de inteligencia que, se supone, se verticalizan al Poder Ejecutivo.

*Hace años, con fuerte criterio de márquetin, una editorial tituló “El siglo de las guerras” a un panorama detallado de los conflictos bélicos durante el pasado siglo XX; que abarcaban casi todo el mundo conocido.

*Aquí estoy, de regreso, después de un silencio de años. Siempre con mis historias "no periodísticas"; por algo no pude publicar nada en tanto tiempo. La Segunda Guerra Mundial me sigue tan viva en el recuerdo como el primer día, y si el mundo estuviera en paz seguiría escribiendo como antes, sobre Normandía, o Tarawa, o El Alamein. Pero cañones y fusiles siguen su diálogo letal: hoy la guerra se llama Vietnam. (Héctor Germán Oesterheld/ Ernie Pike)

Tres acápites para una nota son un síntoma de caos mental o una invitación a completar el puzle, el rompecabezas. Ordenemos las piezas, comenzando por el siglo de las guerras, y ya veremos dónde encajan.
Llamar al siglo XX de esa manera supone desconocer que, en los tiempos precedentes, las guerras cambiaron cien veces las fronteras internas de Europa, creando y borrando del mapa países enteros. ¿Por qué centrarnos en Europa? Porque es el corazón del mundo conocido, y porque hay infinidad de testimonios documentales. Y, para muestra, basta un botón; o dos. Primer botón: La guerra de los Treinta Años asoló, bajo banderas supuestamente religiosas, al Sacro Imperio Romano Germánico. Mesnadas de mercenarios enterraron en el hambre a poblaciones enteras. (Ya se sabe, el que tiene la fuerza come, el otro, se jode) Muchas ciudades, hoy parte de Alemania, vieron morir por hambre, o sus efectos colaterales, a la mitad de su población. Algunas investigaciones señalan que el origen de un relato tan conocido como “Hansel y Gretel” fue ese caldo, con padres que abandonaban a sus hijos a los lobos para no compartir la comida.
Segundo botón: Las Cruzadas. Por donde pasaron los cruzados quedó tierra arrasada. Especialmente en Europa, porque en el otro lado del charco demostraron ser bastante ineficientes. Cosa que es comprensible, porque en la borrosa Palestina que se proponían conquistar había poco para robar. Llevar la cruz no está mal, pero enriquecerse suele estar mejor.
Bonus track: Las guerras de conquista. En nombre de la civilización, las regiones más tarde llamadas del tercer mundo, África, India, Oriente, América, fueron esquilmadas por bandas que no practicaban el fair play.
¿Cuál es la diferencia con el siglo XX? La tecnología y sus efectos sociales. El afianzamiento de los grandes diarios y la masificación de la imagen, como fotografía o como cine, sin olvidar la radio, dieron conocimiento de lo que, de otra manera, nadie se enteraba. Por esas tecnologías hemos sido testigos, más o menos manipulados, de lo que sucedía más allá del barrio, del pueblo, de las fronteras tangibles. Y es en ese tiempo en el que aparece una figura, una profesión, el corresponsal de guerra. Lo que nos lleva al texto de Oesterheld. 
Ernie Pike (Oesterheld)
Con las palabras del tercer acápite, enmascaradas detrás de un personaje de ficción devaluada -es decir de historieta- llamado Ernie Pike, Héctor Germán Oesterheld justificaba su vuelta al ruedo en 1971. Tiempo en que, imaginamos, cocinaba su decisión de sumarse a la lucha revolucionaria. Compromiso que sería sancionado con su desaparición y la de sus hijas.
La raíz de ese personaje, al que el guionista hasta le prestó su cara, fue Ernie Pyle, corresponsal en la campaña de África y la invasión de Italia, durante la Segunda Guerra Mundial. Pyle, que moriría bajo fuego amigo en Okinawa, narró el conflicto no desde las banderas, sino desde las personas; lo que lo hizo distinto a todo el resto.
Ernie Pyle, sin cruzar la barrera que impedía la crítica directa, supo contar del hombre metido en una máquina de triturar sin escape. Los desembarcos en Sicilia, Anzio, Salerno y, luego, Normandía, tuvieron una constante: enviar soldados al combate como quien arroja mierda a un pozo. Los mandos aliados fueron más letales para sus propias fuerzas que el enemigo. ¿Podía Pyle extender su mirada más allá de las historias individuales, pese a que vivía esa masacre como una úlcera que lo carcomía? No. Si hubiera ido un paso más allá seguramente no le habrían publicado ni una línea; por derrotista. Bertolt Brecht decía que, para narrar la verdad, primero hay que conocerla y, luego, disfrazarla para que no nos impidan contarla. En ese sentido hay una sintonía profunda entre Brecht, Pyle y Oesterheld.
Hoy, nuevos saltos tecnológicos, ya integrados a la vida cotidiana, nos hablan de un nuevo escenario. Un escenario del que no terminamos de enterarnos, y que cambia a cada momento. Alguien dijo que la tecnología es una locomotora, sin maquinista, que acelera todo el tiempo y nos lleva a la rastra. En el último vagón, mirando la vía que se deja atrás, viajan los “inteligentes”, que explican lo que pasó, pero nada saben de lo que viene, porque el futuro es ciencia ficción. Situación que nos acerca al primer acápite, la intrusión en los correos privados, o sea en la vida privada. ¿O la vida privada es cosa del pasado, como las Cruzadas?
Las guerras ya no se libran con uniformes y campos de batalla claramente determinados. Politólogos (¿operadores políticos, más que analistas?) como Gene Sharp, a quien se atribuye la invención de las “guerras blandas”, señalan ese cambio. En lugar de ejércitos de ocupación se batalla con medios de comunicación con intereses afines, con lo que, aquello que en el siglo XX era sólo una herramienta más, la guerra psicológica, reemplaza las flotillas de bombarderos, y la bomba de Hiroshima no apunta a los cuerpos, sino a las mentes.
¿Es de extrañar, entonces, que los servicios de inteligencia metan la nariz en lo privado, cuando hasta se comercia con esa información? No hay que tener una memoria privilegiada para recordar que, en el episodio que involucró al presidente Mauricio Macri en supuestas escuchas ilegales, afloró una mini red que hackeaba correos para vender esos datos a políticos, empresarios y programas de la televisión basura. En un universo de usuarios de las redes, cuya ingenuidad se parece tanto a la estupidez, no es necesaria la intervención de la CIA para que te pinchen los correos.
Con lo que, como en otra vuelta del círculo, que, en rigor, es una espiral, la figura del corresponsal de guerra cobra actualidad. Corresponsal en una guerra que no se libra en las trincheras del Marne o el sitio a Saigón, sino en la radio que escuchamos, en la tele que vemos, y hasta en el tres al precio de dos de los supermercados. Hoy, cada periodista es un corresponsal de guerra. Y no solamente los periodistas comprometidos (muéstrenme alguno no “comprometido” y me caeré de culo), todos, hasta los no periodistas, somos corresponsales de una guerra.
Como tengo cierta debilidad por Brecht, cito una frase suya que ha supervivido en el tiempo y se hace actual: “Hasta el último coolie chino tiene que hacer política internacional”.
Publicado en LaTecl@ Eñe: http://www.lateclaene.com/argemral

Di Benedetto y las palomas


Contaba un observador de aves cómo un grupo de palomas se volvía contra una de ellas y la atacaba a picotazos, hasta darle muerte. Los picos de las palomas no son eficientes a la hora de matar, y la víctima agonizó durante horas, en una ordalía de dolor, perdiendo piel, ojos, plumas, sangre hasta que la liberó la muerte. Siempre recuerdo esta historia cuando pienso en Antonio Di Benedetto.
A Di Benedetto -nunca me atreví a llamarlo Antonio- lo conocí en uno de los patios de la cárcel de La Plata, poco antes del mundial de fútbol del 78. Me lo presentó Daniel Alcoba, un poeta y caminábamos los recreos hablando. Bueno, yo escuchaba, con la avidez de una esponja, porque Antonio Di Benedetto era el primer escritor que conocía en persona, y eso imponía.
Era un hombre bajito, como vencido, de hablar pausado, como si escribiera, que no llevaba bien la cárcel. Por qué había caído preso me queda en el terreno de la leyenda. Decían que porque le había puesto los cuernos a un coronel de la dictadura, y también que fue por esconder al hijo guerrillero de un amigo. Ambas cosas podían ser ciertas.
En esos tiempos era director del diario Los Andes, de Mendoza, es decir, un hombre cercano al poder desde siempre. Y, como tal, nunca se había pensado preso, a merced de la brutalidad de carceleros, por lo que navegaba en el desconcierto del que subió al Titanic seguro de que nunca naufragaría. Lo mantenía vivo el saber que universidades y escritores de medio mundo pedían constantemente su libertad, pero un día por poco no fue suficiente.
Recuerdo que bajó al patio demudado. El suplemento cultural de un prestigioso y conservador diario de Argentina, con el que había colaborado, acababa de publicar un texto parecido a este: La editorial Gallimard ha editado “Sama”, la novela del escritor argentino Antonio Di Benedetto, que en la actualidad ejerce su cátedra de literatura latinoamericana en la Sorbona.
–Ellos saben que estoy preso. Me están negando –repetía al borde del derrumbe, porque nunca había esperado una puñalada por la espalda de la gente de la cultura–. Son gente culta, no son como estos carceleros ¿cómo pueden hacerme esto?
Si no cayó en el suicidio fue porque en los días siguientes, el pibe, el compañero que barría el pabellón y llevaba mandados de celda en celda, se ocupó de verlo a cada rato y darle ánimo. Ese pibe, casi analfabeto, peón de una granja de cerdos, lo separó de la muerte.
Después, porque en las cárceles nada estaba quieto, lo perdí de vista. Di Benedetto salió en libertad, emprendió el exilio, y un día, con el regreso de la democracia, volvió a Argentina, para encontrarse con que era un apestado. Sin posibilidades de trabajo, repudiado por las palomas, fue sobreviviendo por los favores de los amigos.
Por esos días, con la primera Feria del Libro de la democracia, se hizo una feria paralela, y Antonio Di Benedetto encabezó una lista de firmas en un petitorio por mi libertad. Sé, tengo la seguridad, que no se acordaba de mí, pero llevaba la marca de la cárcel, y ya no era aquel que había sido como director de Los Andes.
Lo volví a ver, un tiempo más tarde, en una desangelada conferencia sobre la escritura y los sueños que dio en Buenos Aires. Una de esas cosas que le conseguían los amigos para que se ganara el pan, porque las palomas no habían dejado de picotearle la cabeza.
Otro tiempo más tarde supe que había muerto. Seguramente de asco.
Después de las dictaduras en el campo de la cultura sólo se registran víctimas, nunca cómplices, sin embargo…
Que los dioses nos cuiden de las palomas.


viernes, 9 de septiembre de 2016

Harraga, o las cárceles para inmigrantes


Cuando crecen las expectativas de conflictos socioeconómicos, el equipo de gobierno del presidente Mauricio Macri anuncia el proyecto de crear cárceles para inmigrantes sin papeles, argumentando que es parte de la lucha contra el narcotráfico internacional y su consecuencia social, la drogodependencia. Si ya es una convicción generalizada que la pelea contra el narcotráfico y el terrorismo son excusas fantasmáticas que justifican cualquier desaguisado, una mirada somera abre camino a un interrogante: ¿Los funcionarios saben lo que hacen o viven dentro de un “taper”? ¿Creen, realmente, que un boliviano sin papeles tiene peso en el tráfico de drogas ilegales? Como el tema, cuando lo explican algunos especialistas, parece muy complejo, nos proponemos simplificarlo analizando dos de sus componentes, las drogas que se consumen y la experiencia en cárceles de este tipo que tienen otros países.

Hace poco tiempo hubo un par de muertos en Costa Salguero, por consumo de MDMA, llamado vulgarmente éxtasis. Más allá de que los encuentros con música electrónica, rave, o como se los quiera llamar, están indisolublemente ligados al consumo de éxtasis para alcanzar un estado de trance catártico, que esa droga pueda ser importada clandestinamente es una posibilidad muy relativa. La experiencia mundial demuestra que se produce localmente, sin dificultad, en la trastienda de alguna farmacia, veterinaria o garaje; cosa que sucede en todos los países con una industria médica medianamente desarrollada. Esto no es nuevo ni desconocido, tiene antecedentes ya viejos, que hoy parece que se repiten, como el mercadeo sin “importación” de anfetaminas y codeína.

Una breve anécdota ilustrativa. El que firma, allá por los 70, acatarrado, concurrió a una farmacia nada clandestina del conurbano norte en busca de un jarabe para la tos, con poco azúcar, por la gastritis. Con mirada de compresión, que al fin era de complicidad, el farmacéutico le dio un jarabe con endulzante artificial. Con dos cucharadas de ese jarabe el tipo quedó en stand by. Imbecilizado por varias horas. Pero no tanto como para no entender que había sucedido. Muchos, llamémoslos jipis, se colocaban con jarabe para la tos, que contiene codeína, un opiáceo apenas unos grados por debajo de la morfina. Pero, como el exceso de azúcar que supone beberse un frasco les reventaba el estómago, los emprendedores producían en la trastienda esas bombas con mucha codeína, nada de azúcar, y mínima acidez estomacal.

Por ese tiempo menudeaban los robos a las farmacias, para procurarse gratis el jarabe o las anfetaminas; que procuran un efecto acelerante y suelen ser consumidas por los que van por la vía rápida. En Europa es habitual que los rockeros punkis se chuten vía nasal anfetamina en polvo, despreciando la cocaína como una mariconada. Uno puede sospechar que los robos de farmacias no eran generalizados, sino puntuales, porque no en todas partes se hace fábrica clandestina, pero eso queda para la policía. Para lo que toca a esta nota, es reseñable que el consumo de jarabes para la tos ha aumentado entre los adolescentes, y es de presumir que hay nuevos emprendedores en ese ramo. Dicho esto, podemos pensar que éxtasis, anfetas y codeína integran la industria nacional, como en todos los países del Primer Mundo, sin necesidad de cárteles de tráfico internacionales, menudeando las micro redes y los revendedores que, a su vez, consumen. Así las cosas, cualquier campaña contra el narcotráfico como flagelo internacional alcanza a una parte, sólo una parte, del mercado de las drogas.

En cuanto a cárceles especiales, uno siguió de cerca el proceso español, con sus Centros de Internación para Extranjeros, donde iban a parar quienes arribaban a las costas de España en “pateras” y “cayucos”, cruzando el Mediterráneo o haciendo miles de kilómetros, pongamos desde Somalia, Mauritania o Mali. Sobre sus portales podría inscribirse lo que leyó Dante en su incursión al Infierno de la mano de Virgilio: Lasciate ogni speranza oh voi che entrate.
En esos centros de internamiento primaba el limbo jurídico, algo que sucederá, inevitablemente, con las cárceles proyectadas para Argentina. Cómo los que llegaban no estaban procesados, porque ingresar sin papeles es una contravención y no un delito, se negaba el acceso tanto para abogados como para ONG que defendieran los derechos humanos. Es cierto que se suponía que la estancia sería corta, porque los infractores serían deportados a su país de origen, pero… harraga.

“Harraga” es una novela negra del canario, nacido en Tánger, Antonio Lozano. Toma el título de una costumbre de los marroquíes de las pateras: quemar sus papeles personales para llegar a la otra orilla sin documentación que acredite de dónde vienen. Vaya uno a saber cómo llamaban a eso los subsaharianos, es decir africanos negros, que llegaban sin documentos, imposibilitando la deportación. Por ese camino los limbos de detención españoles se llenaron a tope, hacinando gente que, en definitiva, sólo buscaba huir de alguna guerra o vivir un poco mejor. Si a esa circunstancia sumamos la costumbre de que hicieran el viaje mujeres al punto de parir, para que sus hijos nacieran al llegar y fueran españoles, la situación toma carices de problema irresoluble.

Más allá de que, en un país poco poblado, como el nuestro, los inmigrantes deberían ser incorporados, porque, en definitiva, la inmensa mayoría procura un trabajo y una vida de mejor calidad, suponerlos traficantes de drogas no sólo es un dislate, es un insulto. ¿Serán obligados a quemar sus documentos, o a parir al llegar? Si los funcionarios cambiaran su punto de mira y observaran los countries de nivel medio y alto, seguramente darían con auténticos traficantes cartelizados y, para esos, que no son tantos, con las cárceles ya existentes alcanza y sobra. Por lo que no es disparatado suponer que, otra vez, la lucha contra el narcotráfico es una excusa. ¿Conspiracionismo? Puede ser, pero, en los días que corren, el que no está sanamente paranoico está totalmente loco.


Publicado en La Tecl@ Eñe. http://www.lateclaene.com/ral-argem Buenos Aires, 5 de septiembre de 2016

jueves, 11 de agosto de 2016

Del paso del tiempo y los cachivaches


“Año 2054. Mis nietos están explorando el desván de mi casa. Descubren una carta fechada en 2004 y un CD-ROM. La carta dice que ese disco CD-ROM que tienen entre manos contiene un documento en el que se da la clave para heredar mi fortuna. Mis nietos tienen una viva curiosidad por leer el CD, pero jamás han visto uno salvo en las viejas películas. Aún cuando localizaran un lector de discos adecuado ¿cómo lograrían hacer funcionar los programas necesarios para la interpretación del disco? ¿Cómo podrían leer mi anticuado documento digital? Dentro de 50 años lo único directamente legible será la carta. JEFF ROCHENBERG.”
(Del libro “Nocilla Dream”, de Agustín Fernández Mallo, un muy interesante escritor, y una rara avis, para ser español: lee y admira a Borges.) 



“Año 1993. Museo de los inmigrantes en General Roca. Un viejo tocadiscos con un disco de pasta de 78 rpm. ¡Uy, yo tuve de estos discos! Claro, después vinieron los de 33 rpm y los long play, digo, para mi hija Marina, que señala con el dedo eso, redondo y negro y, desde su inocencia de loco bajito, dice ¿Y esto qué es? En un segundo entiendo lo que significa quedar obsoleto, uno, y respondo: un CD muy antiguo. ¡Ah!, dice, qué grandes eran.” RAÚL ARGEMí, a propósito de la velocidad del tiempo y la tecnología.


Agnóstico de tiempo completo


Cuando Mario Vargas Llosa se presentó para la presidencia en Perú, en 1990, los hechos reseñables son que ganó la primera vuelta con el doble de votos que Alberto Fujimori, y que esa relación se iba a invertir en la segunda vuelta, donde Fujimori dobló los votos del escritor y se quedó con el Ejecutivo.

Esos datos se encuentran en Wikipedia, y no dicen nada interesante a un tipo que trafica con palabras, un escritor. Sí resulta atractivo, para esta clase de traficantes de ficción, un mínimo fragmento de “El pez en el agua”, ensayo en que recuerda, entre otras cosas, su campaña por la presidencia. Allí, quien, desde 2011 ostenta el título de Marqués de Vargas Llosa, bendecido por Juan Carlos I de España, muestra su desconcierto porque los peruanos, nos repetimos, entre otras cosas, no entendieron que fuera agnóstico. Con lo que la referencia del pez en el agua, rescatada de Mao y, a su vez, rescatada de chinos milenarios, se queda seca, por no decir que hace agua, o que el pez no está en el agua que le corresponde. A ver.

Vargas Llosa refiere su perplejidad ante la incomprensión, pero no se toma el trabajo, en ese ensayo, de incluir una línea que explique qué es el agnosticismo. Probablemente da por sentado que los lectores de su libro, que no son quienes no lo comprendieron, a él, candidato y agnóstico, no necesitan que les expliquen qué es el agnosticismo. Categoría que tampoco explicaremos en esta nota porque damos por sentado no que los lectores saben de qué se trata, sino que tienen Google para consultarlo al toque. En todo caso no es eso lo que importa, sino la ausencia de vinculación verbal entre un político y quienes dice representar.

Si hacemos un salto en el tiempo hasta los últimos cinco años de la vida política argentina tropezamos con una variante del incomprendido agnosticismo de Vargas Llosa, el vocablo que parecía una obligatoria marca de fábrica del kirchnerismo y sus vecinos: empoderamiento. No había dirigente que se propusiera parecerlo que no descerrajara lo del empoderamiento en sus discursos, charlas o entrevistas. Para este escriba, que regresaba luego de una década fuera del país, el “palabro” lo obligó a una investigación para saber qué quería decir, lo que trajo la otra pregunta ¿quién lo entiende? La respuesta, en los sectores populares, y en el mejor de los casos, se resumía en agarrar la manija por cuenta propia y no esperar que los Reyes Magos te resuelvan la vida. Si esa aproximación era ajustada ¿para qué complicar las cosas chamullando de empoderamiento?

La navaja de Ockham indica el camino más directo hacia una explicación: las jergas compartidas identifican a los grupos aportando identidad y pertenencia, lo que siempre significa el reconocimiento dentro del grupo, aunque fuera de él no se comprendan esas variantes idiomáticas. Para cerrar el círculo, faltaría que alguno de aquellos proclamadores del empoderamiento argumente que Mauricio Macri es presidente porque los argentinos no entendieron que deberían empoderarse. ¿Lo qué? diría un votante estilo Nini Marshall.       

En rigor, debería señalar que lo peor no son las jergas indentitarias, sino la adopción de categorías por lo menos frágiles y esquemáticas que, además de entenderse difícilmente, son enunciadas como verdades sin equívoco. Entiendo que, a la hora de las barricadas, todo vale, pero sería saludable que quienes se piensan militantes también piensen lo que dicen; a más de preguntarse qué es lo que entiende su interlocutor. Un ejemplo, para no irnos por las ramas.

Hoy, en los foros de encuentro, virtuales y no virtuales, la oposición al actual gobierno esgrime un fantasma, la “década del 90”. Designando con ese título la etapa en que el neoliberalismo puso al país al borde de la extinción, se critica, y con razón, las políticas sociales y económicas del macrismo. Pero, que haya razones no justifica una simplificación, por no decir una falsía, porque cuando alguien cita la década del 90 elude la realidad, que un par de referencias básicas dibujan sin lugar a dudas.

La mayor parte de esa etapa fue ocupada por Carlos Menen -1989/ 1999- y un cachito así, cuando ya estaba todo podrido, por Fernando de la Rua -diciembre del 99 a diciembre de 2001-, que no podía hacer nada, y me es difícil creer que pueda hacer algo, en cualquier terreno. Las políticas económicas, incluyendo entre otras la paridad cambiaria, que obligaba a subvencionar el peso y no la producción -alimentando la bicicleta financiera- se aplicaron durante la égida de Menem. Incluyamos la privatización de bienes del Estado, es decir de todos, a precio de regalo. Menem fue un presidente que no estuvo solo, porque lo acompañó el establishment de derecha -el mismo que hoy apoya a Macri- la inmensa mayoría de su partido y nueve de cada diez dirigentes sindicales. Esta afirmación tiene una demostración fáctica. A pesar de haber ido en contra de las tres banderas tradicionales y básicas del peronismo, Carlos Menem no ha sido expulsado de su partido. Ese es un botón que no se quiere apretar porque los que quedarían afuera son una chorrera.

Escuchar la denostación de la década del 90 en boca de militantes del campo popular, con una agregada referencia al cuco de la Alianza, coloca el discurso en el terreno de la subjetividad más irracional y alimenta una argumentación de una debilidad flagrante. No se puede hablar seriamente de la década del 90 sin hacerse cargo de sus protagonistas. Me temo que se vea como natural que, más adelante, cuando la siempre coherente clase media vuelva a votar en contra de sus propios intereses, alguien se justifique diciendo, como Vargas Llosa, no me entendieron cuando dije década, cuando dije empoderar, cuando dije agnóstico.

Es cierto que lo que parece y no necesariamente lo que es, gobierna nuestras vidas y construye hasta nuestra identidad. Durante una buena parte de la Edad Media se vivió lo que los eruditos llaman “la invención de la reliquia”. No era imaginable que una iglesia fuera importante si no tenía, por lo menos, una astilla de la cruz de Cristo. Esa astilla convocaba a los fieles y en ella confiaban sus pesares. Que la suma de todas las astillas que andaba por ahí alcanzara el volumen de un bosque era lo de menos. ¿Quién que no sea un hereje va a cuestionar la santidad de las reliquias? Al fin, como la ficción es tan poderosa como lo real, con un par de datos trataré de bocetar nuestra esencia ficcional. Una manera descarnada, y descarada, de describir el ser nacional.

Ante Plaza de Mayo está el Cabildo. ¿Está? El original, con techo de paja y probablemente de ladrillo crudo, se quemó hace media Historia. De allí en más fue reconstruido en estilo italiano, francés, rococó, etc, hasta terminar copiado de un cuadro de Ceferino Carnacini, que no pudo verlo como era porque nació a fin del siglo XIX. Singularmente, en el cuadro de Carnacini, inspirador del cabildo trucho, o no había pueblo o sobran paraguas, artefactos que eran cosa de ricos. Como anécdota repetida se recuerda, de aquel sacrosanto 25 de mayo, la militancia -que no era grasa porque los próceres nunca son grasa- de dos personajes. Los pibes aprenden que Domingo French y Antonio Luis Beruti repartían cintas celestes y blancas, cuando, según quién, parece que eran solo blancas, o rojo jacobino, o blancas y verdes, preanunciando el simbolismo unitario. Con lo que, las ilustrativas excursiones de escolares a ese monumento nacional los aventuran en la ficción, en la imaginación, tal vez para que se vayan acostumbrando a que todo lo que nos han enseñado puede ser un cuento chino, y que, casi siempre, cuando se dice una cosa se está diciendo otra, que probablemente no es lo que uno entiende.

Entre que parece que tenemos problemas para entendernos en una lengua común -donde el pan se llame pan- y la tendencia a fabular los hechos y las personas, se me ocurre que la Historia, los libros de Historia, son una rama de la ficción no suficientemente apreciada. Hasta en eso se puede ser agnóstico.


Buenos Aires 1 de Agosto de 2016, revista digital Latecl@ Eñe.

martes, 26 de julio de 2016

Maquiavelo, Napoleón y Macri


En el boxeo suele usarse la calificación de “tiempista” para algunos púgiles. Son boxeadores que manejan con inteligencia los tiempos de la pelea, la regulan en función de sus posibilidades, combinando ataques con pequeñas treguas, siempre a su favor. Funciona bien cuando el contrincante es un peleador de pocas luces. Cuando el manejo de los tiempos no es ajustado, el resultado puede ser catastrófico, más allá de un “zapallazo” que lo emboque cuando va ganando por puntos y lo deje mirando la lona de cerca.
Como en revuelto cajón de sastre, se me mezclaron los boxeadores con Nicolás Maquiavelo, y todo como observación de la política diaria del actual gobierno de Argentina, porque uno de los ejes más importantes de “El príncipe” es la conciencia y el uso de los tiempos políticos.
Digo, como comentario al margen, que el analista político más importante de varios siglos, Maquiavelo, tiene mala prensa. El retorcido accionar de cualquier político, o lo que fuere, de alto o bajo vuelo, es denostado como maquiavélico, y eso es una burrada; como tantas. Antonio Gramsci, que parece estar de moda tanto para un roto como para un descocido, rescataba “El príncipe” como uno de los grandes aportes para entender cómo funciona el poder en la política. Tenía claro que Maquiavelo no sugería maneras, formas de perpetuarse en el poder, sino que, con la excusa de aconsejar a un príncipe -necesaria para que no le cortaran el cogote- hacía una radiografía documentada de los mecanismos del juego. Pero volvamos al uso de los tiempos.
De la observación de etapas ya sucedidas, desprendía que, entre otras cosas, quienes habían sabido manejar esa escurridiza categoría se habían consolidado, y quienes no lo supieron fueron arrasados por sus enemigos. Para resumir la ley que mandaba en esa situación señalaba que todo príncipe que llega al poder tiene un tiempo de gracia. Los que perduraron hicieron de ese tiempo el tiempo del cuchillo, aplicando la violencia institucional, y no tanto, sin concesiones, eliminando a sus opositores y todo aquello que pueda favorecer a los que no son los suyos. Lo que, en criollo, se dice machacar al hierro mientras está caliente. El jacobino Mariano Moreno decía, en su manifiesto, más o menos lo mismo. A los amigos todo, a los neutralizables tratar de no joderlos y al contrario ni agua.
Sólo que, informaba Maquiavelo, el tiempo de la sangre -incluso la metafórica- tiene un límite, poco antes del cual hay que cambiar el ritmo, porque la paciencia, e incluso el miedo también tienen límites. Si la cosa ha funcionado bien para el príncipe levantar la mano dura es un buen negocio y habrá logrado la aceptación de un estado de cosas. Si no lo hace tendrá que comenzar a pelear por su supervivencia, lo que siempre es una situación difícil, muy difícil de revertir; porque algunos propios y muchos neutrales ya lo verán con malos ojos.
Napoleón Bonaparte leyó atentamente el libro de Maquiavelo y lo acotó en los márgenes. Se le atribuye, sobre este asunto del tiempo de avanzar sin remilgos y la necesidad de abandonarlo cuando caduca, haber dicho: “las bayonetas sirven para muchas cosas, pero no para sentarse sobre ellas”. Rescato esta frase de Napoleón, que no encontré en el ejemplar de “El príncipe” comentado que tuve, porque si no la dijo podría haberla dicho y, casi siempre, la leyenda expresa mejor a la realidad que lo documental.
No dudo de que Durán Barba, asesor publicitario del presidente Mauricio Macri, leyó a Maquiavelo con la misma dedicación que Gramsci y Napoleón. Pero, el que está en medio del ring es Macri, y los segundos de su rincón pueden proponer, pero, en medio de la pelea no deciden. En ese sentido la insularidad del boxeador es absoluta. Como dijo Ringo Bonavena para explicar por qué hacía lo que le parecía mejor en medio de las piñas: “cuando suena el gong te quitan hasta el banquito”, estás solo.
Visto lo que va de la presidencia de Mauricio Macri se nos hace evidente que calibró con acierto la debilidad de la oposición, contando a políticos, sindicalistas, etc, etc, y transforma la realidad en función de los intereses de su sector social, sin detenerse a contabilizar los costos; porque hasta hoy han sido bajos. Todavía está en el tiempo de gracia, el tiempo de los cuchillos. El interrogante que campea en la cabeza de los observadores políticos es si tiene conciencia de la caducidad y si sabrá cuando tiene que cambiar de ritmo, porque está liquidando esa etapa con una velocidad sorprendente, en gran parte por la desprolijidad de muchas de sus medidas, que le ganan enemigos gratuitamente.
¿Qué pueden hacer los integrantes de su equipo si no quieren encontrarse con una papa caliente en las manos? Poco, porque ni siquiera sus consejeros más cercanos pueden decidir en lugar del número uno.
Un creativo publicitario que participó en la campaña presidencial de Ricardo Alfonsín señaló cierta vez las limitaciones de lo que puede hacer un asesor. Si el candidato no es capaz de resolver los problemas que se le presentan el asesor no puede hacer nada por él. Si el asesor fuera mejor, debería ser el candidato, estaría en el centro del ring, no en el rincón, custodiando el banquito y las toallas.
Resumiendo desde la fragilidad de los tiempos, los “tiempistas” y las lealtades, en esta ensalada de Maquiavelo, Napoleón y Macri es saludable recordar que, cuando el boxeador pierde se va su casa con la cara abollada, sus segundos empiezan a buscarse un nuevo pupilo, y sus seguidores a otro a quien admirar. Como cierre convengamos que, aunque como figura literaria esto último sea bonito, no es del todo real. El boxeador pierde sólo. Si es un presidente, los que tendrán la cara abollada serán miles.

(Publicado en "Zoom")

sábado, 25 de junio de 2016

España: de sorpassos y ratones


Como las elecciones de este próximo 26 de junio en España prometen ser un calco de la del 20 de diciembre, resulta interesante hablar de bueyes perdidos, o de la migración de vocablos que se hacen internacionales, como sorpasso, palabra que los analistas han hecho suya para describir el avance de la alianza Unidos Podemos hacia el primer puesto. En la Argentina de los años 60 ese concepto impregnaba el habla cotidiana y, especialmente, la narrativa de la Fórmula 1. El fenómeno tuvo arranque en la película Il sorpasso, protagonizada por Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant. El personaje de Gassman era de los que van rápido por la vida, sin ataduras que le impidan ser ganadores. Y por eso el título, producto de la sabiduría de calle italiana, que define la jugada del que arrebata, oportunamente, el primer puesto, si es posible en la última vuelta de la carrera, cuando ya el otro no puede recuperarse. Valentino Rossi, “il profesore”, as del motociclismo italiano, más de una vez ganó carreras con esta mezcla de sorpresa, oportunismo y audacia. Como los oportunistas tienen mala prensa conviene recordar que Lenin decía que un revolucionario es un oportunista con principios. (Si a alguien le incomoda esta referencia marxista puede recurrir al Martín Fierro, donde encontrará definiciones semejantes, pero más folclóricas).
Es posible que estas sutilezas estén lejos de las intenciones de los analistas, pero el concepto ancló fuerte en esta campaña, incluyendo entre los “sorpasistas” al partido en el gobierno, que amenaza la supremacía histórica del PSOE en Andalucía; un escenario ideal para observar la fragmentación interna que sacude a los socialistas.
Con una sumatoria de señoritos “felipistas” y trabajadores históricamente de izquierda, en las últimas elecciones el PSOE conservó el poder, afianzando a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, por algo más de dos puntos sobre el PP. Pero esta vuelta la cosa es más complicada, porque la disputa interna al PSOE obliga a Susana Díaz a una doble apuesta: ganar en Andalucía y que pierda Pedro Sánchez, el candidato de su partido a nivel nacional. (Cualquier analogía o comparación con las últimas elecciones en Argentina, y la campaña por el candidato oficial, corre por cuenta de la suspicacia del lector.)
Así las cosas, con una diferencia previa mínima, los socialistas andaluces encaran la última curva, atentos a los espejos retrovisores, porque hay amenaza de sorpasso por izquierda y por derecha. Si eso sucede, si los socialistas andaluces suben al podio en el tercer puesto, el pase de facturas cruzadas será sangriento, porque el PSOE habrá dejado de ser la alternancia natural al PP y, para no hacerse papel picado, deberá sumarse a quien mejor negocio le proponga.
A esto se suma que, como España es España, y las identidades históricas tienen mucho peso, la onda de choque iniciada por Podemos y potenciada por su alianza con Izquierda Unida, amenaza a una fuerza tradicional como es el PNV (Partido Nacionalista Vasco) y sucede lo mismo con Unión del Pueblo Navarro (UPN) y el Partido Aragonés (PAR), los tibios nacionalistas de Navarra y Aragón. El partido de Pablo Iglesias, por sí sólo, les arrebató una buena cantidad de votos en las últimas elecciones. Ahora, con Izquierda Unida, que le da un toque de confiabilidad tradicional que no tenía, es posible que arrastre al progresismo de esos partidos, con lo que la onda de choque amaga con tener efectos de tsunami.
Lo único seguro es que, después de estas elecciones, poco será semejante a lo que era antes porque, si bien en las encuestas “inversas”, donde se pregunta no a quien se votaría, sino a quien nunca se votaría, Unidos Podemos aparece como el campeón de los campeones, el voto a PNV, UPN y PAR naufraga en la duda, con lo que es de prever que la inercia y el conservadorismo arrimen sufragios al PP, o sumen gente a la abstención.
Este panorama no pasa desapercibido para los dirigentes tanto del partido de Mariano Rajoy como del PSOE, que con mayor o menor entusiasmo se inclinan por pactar un gobierno conjunto. En ese sentido se han pronunciado los presidentes autonómicos de Aragón y Extremadura -Javier Lambán y Guillermo Fernández Vara- que sugieren una alianza con el oficialismo, algo que coincide con la idea de tres históricos del socialismo, como son Felipe González, Alfonso Guerra y José Bono. Es un rumor ampliamente compartido que, si Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, pierde las elecciones, su partido le exigirá la renuncia y que se permita gobernar al PP. Algo así como que si no se puede ser cabeza de león bien vale ser cola de ratón para pararle las patas a los “extremistas venezolanos”, con o sin sorpasso.
De todas maneras, no las tienen todas consigo. En los últimos días, tanto el presidente de gobierno como el arco que se juega la supervivencia han empezado a mover la idea de que, si no hay acuerdo para nombrar la sucesión, se deje gobernar al que más votos logre, o sea la primera minoría. Huele a un salvavidas desesperado, que, incluso, cuestiona las leyes electorales. Pero, como suele decirse, de perdidos al agua, que quizás cuela.
Para cerrar este panorama algo caótico, una referencia a lo dicho al principio sobre los vocablos importados a la lucha política, en este caso en relación con el líder de Ciudadanos -partido que arrancó en Barcelona como Ciutadans pel Canvi (Ciudadanos Por el Cambio) a favor de la “España una”-, el catalán Albert Rivera. Después de un acto en su tierra, donde fue acosado por CUP, tendencia independentista que le recrimina ser todo lo contrario, se quejó de ser víctima de los escraches, una palabra de la jerga argentina que, junto con corralito, parece haber sacado carta de ciudadanía, con perdón de Ciudadanos.
Extremistas venezolanos, sorpasso, escraches, corralito y, potencialmente, un “que se vayan todos”. Tal parece que la política desde la calle exporta tecnología. Ya se verá qué nuevas e irónicas categorías inventa nuestro sur del sur cuando se arribe a un nuevo 2001, que podemos presagiar por el rumbo hacia la tormenta que lleva el gobierno de Argentina. En todo caso, seguiremos exportando. Hay que ser positivo.


España: la alternancia en juego


Para observar las próximas elecciones en España hay que tener en cuenta que el nombramiento del Presidente de Gobierno es indirecto, determinado por los parlamentarios elegidos por el voto, lo que obliga, si ningún partido consigue un número propio suficiente, a las alianzas. Algo que en las elecciones del 20 de diciembre pasado no se pudo lograr, pese a que las negociaciones fueron múltiples. Para la instancia del 26 de junio todo indica un panorama similar, lo que implica el temor de que la crisis de gobernabilidad se haga crónica. Esta sensación está presente en la mayoría de los españoles y se traduce en la presión, desde las bases partidarias, para que sus dirigentes hagan lo necesario para “salvar a España”.
Lo dicho se refleja en la única novedad visible, el frente conformado por Podemos e Izquierda Unida (IU), que las encuestas colocan en segundo lugar en las preferencias, por detrás del PP y postergando al tercer puesto al PSOE. La niña bonita de los últimos tiempos, Ciudadanos -la nueva derecha- llega muy lejos de los tres primeros, esperando que la requieran a la hora de construir una mayoría.
La alianza Podemos-IU no se produjo antes por recelos de ambas fuerzas. El núcleo duro de IU es el Partido Comunista español, el mismo que firmó la transición arriando las banderas de la república y aceptando la monarquía. Sus dirigentes, acomodados a sus escaños en el Parlamento, se sostienen sobre una generación muy mayor que se conforma con una tibia actitud testimonial. Son los más jóvenes quienes empujan a juntarse con Podemos. La dirigencia teme perder la manija ante la potencia demostrada por el partido de Pablo Iglesias. Algo semejante, paralelo, le sucede a Podemos, que no es un partido tradicional, sino un frente líquido, que oscila entre el democratismo y la verticalidad. Su débil cadena de conducción fue el principal elemento para que no fraguara el acuerdo con el PSOE en la instancia anterior: el aparato partidario del PSOE y de IU es una herramienta de temer en cualquier alianza. Sólo que la cautela de Pablo Iglesias, que seguramente prefiere colocar a Podemos como la principal oposición, contrasta con la presión de sus partidarios, que quieren ser gobierno ahora y no en el futuro.
¿Hacia dónde se inclina el electorado y qué opciones habrá para las alianzas parlamentarias? Comparando las encuestas del diario El País (supuestamente de izquierda), el diario El Mundo, (supuestamente de derecha) y Metroscopía, una fuente supuestamente independiente, se puede hacer una radiografía de los votantes de los dos partidos tradicionales.
El votante fiel al PP tiene unos 55 años. Con lo que enfrentan, a no muchos años por delante, una masiva baja vegetativa. Por ahora, sin embargo, les sirve para aspirar y sostenerse en el poder. ¿Qué piensa ese votante? Que la responsabilidad del actual estado de cosas es del PSOE, que no apoyó al presidente pepiano, Mariano Rajoy, y no va a cambiar su voto respecto a la elección anterior. Esta fidelidad conservadora coloca al PP en condiciones de ganar, otra vez, las elecciones generales, por poco, y necesitado de sumar parlamentarios ajenos para alcanzar el Ejecutivo.
¿Qué pasa con el Partido Socialista Obrero Español, el otro polo de la alternancia política? Desde la llegada de Felipe González a su cabeza, hubo un claro corrimiento hacia la social democracia y un sacarse de encima a los dirigentes clasistas. Con el correr del tiempo y la llegada al gobierno -afirman que con apoyo del Departamento de Estado norteamericano, que temía al PC- desmovilizaron a sus militantes, hicieron fe de realismo político y se acomodaron a turnarse la administración con el PP. La presidencia de José Luís Rodríguez Zapatero, que cerró con ajustes propios del más férreo neoliberalismo, le creó una crisis de credibilidad. Tanto que se ha desdibujado como mayoría partidaria, y ni siquiera figura en dos rubros que interesan a los ciudadanos, como son la capacidad de transformación de la realidad económica y la capacidad de gestión. En el primer caso gana ampliamente Podemos. En el segundo, el PP, pese a que su gestión es la administración de la pobreza. Para el PSOE, una alianza de gobierno con el PP, supuestamente antagónico en principios y proyectos, es una apuesta de riesgo que pondría en juego su existencia.

Pero, ¿hay otra posibilidad a la vista? Con el frente Podemos/IU a la caza del Ejecutivo, y Ciudadanos a la espera de negociar sus reducidos votos, todo parece indicar que la alianza de PP y PSOE es la única solución que preserva el control del poder para los dos partidos tradicionales. Se argumentará que, en el pasado, este juego de hoy yo y mañana vos, era garantía de gobernabilidad. La pregunta sería: ¿gobernabilidad para quién y para qué? Los gobiernos de frentes progresistas, en Madrid y Barcelona, cuestionan ese argumento, pero no alcanzan para gestar un cambio profundo, que archive en el desván la alternancia de dos partidos que se diferencian sólo en el nombre.


viernes, 11 de diciembre de 2015

Entre la puerta y la pared


Rubashov, el ciudadano N.S. Rubashov, no vuelve la cabeza cuando la puerta se cierra a sus espaldas. Ignora el camastro con la frazada gris y camina sin apuro, siete pasos y medio, hasta esa pared con la ventana enrejada que muestra el cielo. Un cielo que ya mismo comienza a negar, porque es hora de trazar una línea y cerrar las cuentas: de esa celda, de ese edificio, saldrá con un tiro en la nuca.
Respira hondo y enciende uno de los cigarrillos que le quedan. Por un instante se le cruza la idea de arrojarlos por la ventana, pero la rechaza. Esas heroicas intenciones siempre se presentan, a traición, en las primeras horas de cárcel; y después se hacen insoportables. Mientras dure el tabaco, fumará.
Gira sobre sus pasos y recupera, paulatinamente, esa manera de caminar la celda que tienen los presos de Berlín, Buenos Aires o Moscú. Pasos de autómata, giros que se repiten ante la puerta y la pared. Un andar que cansa el cuerpo y libera la mente para lo único que importa: el claro espacio que media entre el cero y el infinito.
Rubashov sabe que es el último de aquellos primeros. Stalin liquidó a todos los que ofrecían dudas, y él sobrevivió a la mayoría. Todavía no quiere recordar a costa de qué renuncias, pero lo hará. De eso se va a ocupar Arthur Koestler, que se mira en él como en un espejo. Aunque todavía faltan páginas para eso.
Cuando gira bajo la ventana alcanza a ver como se cierra la mirilla de vigilancia de la puerta. No los escuchó antes.
-Debo de estar perdiendo reflejos –piensa, y agrega con socarronería- Me estoy aburguesando...
¿Este era el resultado inevitable? ¿La revolución devorando a sus hijos? ¿O podía hacerse de otra manera? Rubashov, curtido en la pelea contra los enemigos en las calles, y quemado en la lucha con los propios tras la barricada de los escritorios, sabe que no podrá desprenderse de esa duda. Que le buscará una respuesta cuando duerma, cuando camine esas baldosas, cuando su cuerpo se rompa bajo las manos de los torturadores; y que el punto final lo pondrá una escueta explosión de rabia en el corazón de una pistola. Una pregunta que nunca se hizo le detiene los pasos:
-¿Oiré el disparo, o sólo será como un golpe de oscuridad?
Se saca los lentes y limpia los cristales con el pañuelo, sin necesidad. Vuelve la cabeza en un gesto casual y la mirilla sigue cerrada. Camina hasta la puerta y apoya la oreja en la madera. Afuera, en el corredor, no hay nadie. Un llanto contenido, que quizás no sea un llanto, trata de no sobresalir en el silencio.
Retoma la caminata y la reflexión mientras enciende un cigarrillo. Le duelen los pies. Tendría que haber elegido un calzado más cómodo cuando fueron a detenerlo.
El chino lo observa, sentado en el borde del camastro. El otro, se recuesta bajo la ventana, en el rincón más alejado del cubo que los carceleros le destinaron a las deposiciones.
INTERIOR. DÍA.
(Rubashov, con el cigarrillo en la boca, orina ruidosamente en el cubo. Habla sin girar la cabeza.)
RUBASHOV: Sun Tzú y Nicolás Maquiavelo, supongo...
SUN TZÚ (con un brillo de burla en los ojos): Supone bien.
RUBASHOV: Sólo falta Von Clausewitz.
MAQUIAVELO: ¿Para qué? Ese prusiano no podría encontrar su culo ni con un mapa.
SUN TZÚ (a medias irónico): Ya... Para usted, la política es la continuación de la guerra por otros medios.
MAQUIAVELO: Y también el amor ¿qué duda cabe? (ríe)
La puerta se cierra con violencia. Rubashov se tambalea hasta la cama y se deja caer sobre la frazada. Tiene un rictus de derrota en el rostro muy pálido. Se pasa la lengua por los labios resecos y hace una mueca. Se mete un dedo en la boca y observa la sangre con ojos miopes. Luego enciende un cigarrillo, y se da un tiempo antes de decir:
-Estuve a punto de retractarme, de aceptar que soy un traidor, para que me dejen en paz.
(e-mail de B.B. a Erasmo de Rotterdam) (A:dudas) Nuestro amigo va por mal camino. No se atreve a ser El Que Dijo No.
(e-mail de E.D.R. a Bertold Bretch) (A: Re/dudas) Se dejó atrapar por la Razón. Hay que recordarle que Sófocles hizo el mejor elogio de mi amiga, la Locura: “Cuanto menos sabiduría se tiene, más feliz se es.”
... de aceptar que soy un traidor a la revolución, para que me dejen en paz- dice Rubashov, ahogando la rabia con el humo del tabaco.
Sun Tzú, se despega de las sombras y murmura a modo de sentencia: Cuando estés seguro de que te darán muerte, conserva la cara. Es lo único que te llevarás de este mundo.
-Ya no se trata de vivir... –contesta Rubashov- se trata de saber, y para eso necesito tiempo. ¿Dónde está Nicolás?
LECTOR 1- Cada vez entiendo menos. Esta nota es un caos.
LECTOR 2- De eso se trata. La revolución es un sueño eterno, y los sueños son el caos.
LECTOR 1- ¡Ah! Ya me parecía que... ¿te queda un cigarrillo?
Rubashov camina por un corredor oscuro con las manos esposadas. Sabe que no llegará a ver el final. Antes, en un movimiento sin aviso, el guardia que lo sigue apretará el gatillo. A su lado, Maquiavelo no deja de hablar: El que funda una república y no mata a los hijos de Bruto, gobernará poco tiempo. ¿De los otros que importa? Los hombres perdonan más fácilmente la muerte del padre que una olla vacía. ¿Te queda claro?
Rubashov no tiene fuerzas para contestar, pero piensa: No. Allí estará siempre la maldita piedra, para que tropiecen los que recojan nuestras banderas. Aunque quizás/ GOLPE DE OSCURIDAD. CORTE.
ATARDECER PERPETUO. SÉPTIMO CÍRCULO. FUMAROLAS DE AZUFRE.
(El hombre de barba rala y boina se inclina, y enciende un cigarro en las ascuas en que se tuesta Teresa de Calcuta. Retoma su caminar. El hombre que lo acompaña se levanta la túnica, y sacude el pie para liberarse de un carboncillo que le quedó en la sandalia. Da una carrerita y lo alcanza.)
ERNESTO: No, Dante... no me venga con cambios. El verdadero Infierno es saber que soy una cara en una camiseta. Como esos putos cocodrilos de Lacoste.
DANTE (insiste): Su caso se puede revisar, y yo puedo sacarlo de acá.
ERNESTO (lo apunta con el cigarro y sonríe): Ni se le ocurra. Con los asesinos uno sabe a que atenerse, con los idiotas no hay manera.
(FUNDIDO A NEGRO, MUY LENTO.)

(Este texto fue publicado en “R de réel”, revista parisina que publicó cada número con relación a una letra del abecedario. A mí me tocó participar, hace ya unos años, en el número “R”, de resístanse, ridicule, r.i.p. o Rubashov. Traducido, claro. Lo acabo de reencontrar en su versión en castellano y, como para darle un poco de aire a mi blog, lo vuelvo a colgar. Nada nuevo mi admiración hacia “El cero y el infinito” de Arthur Koestler, a quién rindo homenaje.)

lunes, 30 de marzo de 2015

Muñeca, Discépolo, Audivert



El Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, en Corrientes al 1500, es uno de esos sitios a los que se quiere volver y, allí, en la sala del subsuelo, se puede ver Muñeca, la pieza que Armando Discépolo puso en escena en 1924 en el Teatro Nacional de Buenos Aires. Esta versión libre dirigida por Pompeyo Audivert y Andrés Mangone permite afirmar algo que podría ser una insolencia: que supera a su original de partida.
Con una puesta en escena sin los resquicios habituales que dejan tanto el grotesco como el género chico, todos los personajes ponen pólvora a una explosión conjunta que atraviesa los sentidos del espectador. Para entender por qué el rescate de Muñeca y cuál fue el camino hasta esta visión particularmente incisiva, Miradas al Sur dialogó con Pompeyo Audivert.
–¿Cómo llega a Muñeca, un texto algo desvaído respecto de la producción de Discépolo?
–Me gustan los materiales de este tipo. Muñeca parece casi un folletín romántico, un drama sentimental, pero esconde una tragedia metafísica. Funciona como un caballo de Troya: uno cree estar asistiendo a una escena convencional y cuando menos se lo espera se desata otra percepción, se abren otras puertas asociativas. Esa es la virtud poética de esta obra de Discépolo. El tema que me resulta central es el de la máscara como frontera entre la identidad histórica y la sagrada. Anselmo, el protagonista, es un oligarca riquísimo encerrado en un cuerpo espantoso, y para colmo enamorado de una chica que le han entregado casi como un regalo para calmarlo. Siente su cuerpo como una condena, lo rechaza como identidad, se siente otro, el de adentro, el que está atrás de la careta. Vaya una situación dramática y teatral. ¿Quién no ha sentido la extraña sensación de no ser el que le devuelve el espejo? Muñeca también produce resonancias pirandelianas, la sospecha de que el mundo es una construcción teatral, y nosotros sólo actores puestos aquí para unos fines que nunca se nos revelan, el destino del que hablaban los griegos. En Muñeca puedo poner en juego la visión que tengo del teatro como máquina de escrutación metafísica, como el lugar al que vamos a preguntarnos ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué estamos haciendo? Creo que el teatro está para intensificar poéticamente esas preguntas, ese es su sentido. Cuando se apaga la luz antes de empezar la obra que fuere, en ese instante donde se suspende el tiempo histórico, sentimos la sensación de estar en otro sitio, en ese lugar sin nombre al que pertenecemos y del que venimos. El ritual del teatro nos ayuda a suspender la identificación con la máscara que nos protege, nos permite alcanzarnos en otra latitud.
–La lectura de la realidad en que se mueven los personajes privilegia, como fondo, el contexto político. ¿Puede pensarse el teatro de ese tiempo sin lo político? Más, la puesta parece una mirada crítica de la coyuntura actual.

–Anselmo es Yrigoyen, Perón, Ramón Falcón, Uriburu, es una fuerza histórica estallada poéticamente, representa a la vez al pueblo y a sus asesinos; es contradictorio, no se lo puede estabilizar en un signo de nobleza que calme las aguas de la interpretación romántica. Esa es la gracia de esta obra, que no tiene moralina ni moraleja, no hay redención sino en la muerte. Anselmo es un actor, por lo tanto no tiene moral sino estructura, en ella resuena el caos histórico. Es dable asociar la casa de Anselmo con el país, a él como su dueño y a los parásitos que lo rodean como la clase política que siempre rodea al poder del capital, pero la obra es mucho más que esa relación histórica que el teatro suele reflejar por añadidura, lo central es el planteo antihistórico, es decir la cuestión metafísica y poética que Muñeca desata. No quisimos producir una reconstrucción espejo de aquella realidad de principio de siglo, no quisimos decir “somos esos”, sino situar la teatralidad como campo de realidad autónomo, la escena es lo real más allá de su referente que funciona como coartada o remitente, como carnada para concitar una unidad referencial con el público. Es decir, lo teatral por sus propios medios es la potencia significativa que es, a fin de cuentas, lo que me interesa, la razón poética de fondo de la estructura teatral. Muñeca nos permite intentar llevar adelante esa operación poético teatral, nuestro deber es hacerlo desde sus temáticas y sus razones aparentes, no traicionar su plan de contingencia, sino usarlo de trampolín.
–El travestismo de varios personajes –todos los femeninos, menos el personaje de Muñeca– ¿es una metáfora de la máscara, del travestismo/gatopardismo como estrategia de supervivencia o adaptación?
–El personaje de Perla que encarna Mosquito Sancineto es como ella misma se define “la reina de la casa mientras Muñeca no está”, una mujer de la noche que mantiene viva la farra con que tratan de sostener a Anselmo. También funciona como un corifeo, es la encargada de organizar ese coro de aduladores y de conectar con el público la obra. En esta versión el único personaje que es absolutamente femenino es el de Muñeca, los demás, Perla, Carlota y Estela están interpretados por hombres, son personajes travestidos; hay allí una intención de hablar de ese mundo, como un mundo de hombres misóginos que se regodean en la representación de la mujer.
–En esta puesta hay una vuelta de tuerca al grotesco, que siempre tiene una mirada piadosa hacia sus protagonistas. En esta puesta desaparece la piedad, y tanto la actuación como los textos se tensan al máximo. ¿El grotesco de Discépolo, Defilippis Novoa, etc., reclama tensión máxima para llegar al público actual?
–Creo que el grotesco y el sainete son nuestra expresión teatral por excelencia y por herencia, pero como toda herencia viene medio envenenada de mandato histórico, hay que tener cuidado de que no nos implique en el realismo costumbrista, esa forma nostálgica y atrasada del nacionalismo. Lo que intentamos hacer fue subvertir los modos de producción de este legado extraordinario, desechar las dinámicas costumbristas y lineales con que se agita tradicionalmente y sustituirlas por otras que le permitan desovar su notable carga metafísica, transparentar sus misterios y su nueva sangre que vendríamos a ser nosotros. Intentamos llevar el grotesco a una dinámica poetizante, cruzarlo con otros niveles de producción que veníamos investigando.
–Con los textos de Marusa Di Giorgio en boca de Muñeca, el personaje alcanza una potencia que no tiene en el original, en el que no se sabe si es tonta o a qué juega. Con esos textos, sexualmente animales, primarios, aparece su discurso interior. ¿La construcción de sus desplazamientos y silencios, como un robot humanoide, busca deconstruir el juego exterior/ interior?
–Tomamos textos de Marosa Di Giorgio para que Muñeca tenga una voz propia que dé cuenta de su carácter sobrenatural y poético, cosa que en la obra original no sucede pues es situada en el lugar de la víctima por un entorno misógino. Muñeca es un personaje muy misterioso, el punto y encaje de la tragedia; condensa muchas asociaciones y desata las fuerzas dormidas o latentes en ese mundo de hombres. Creo que en su nombre residen las claves de su enigma: Muñeca. Es un mecanismo, una especie de construcción artificial, mitad humana mitad inhumana. Los textos de Marosa nos permiten a su vez dar cuenta de su pertenencia a una zona salvaje e inapresable de la naturaleza femenina, ella es de la tierra, “soy la lengua de las rosas, no entiendo esta piel con que me cubren para deshabitarme, no comprendo esta máscara que anuncia que no estoy”, dice en un pasaje.
–¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando en esta puesta?, porque no tiene fisuras, ni en la actuación ni en la reescritura del original.
–Trabajamos durante dos años. El primer año en el marco de una varieté metafísica que hacíamos en mi estudio probamos algunas escenas sueltas, ahí nos dimos cuenta de que estábamos ante un material muy potente. El segundo año fue de experimentación y montaje. Fue arduo y placentero.


Poder y sexo: Tal vez viejas costumbres criollas
Porque Armando Discépolo era capaz de ver el futuro, o porque los argentinos solemos repetirnos, esta versión de Muñeca, trasladada a la crisis del gobierno irigoyenista, represión y partidos con destino elástico, al espectador actual lo remite a las últimas noticias de la arena política. Pero, al mismo tiempo, como si lo pusiera el violoncelo que sostiene en vivo la música incidental de la puesta, el juego de decadencia es atravesado por un mito tan eterno que parece infantil, el de la bella y la bestia. Como dice Pompeyo Audivert en la entrevista, quién no se ha visto feo en el espejo.
Y allí, en el espejo más brutal, el de lo que convencionalmente suele llamarse amor, se juegan los factores básicos de la animalidad humana: hambre y sexo. Y las dos cosas, sumándose y alternándose, trenzándose, construyen una tercera: el poder. Por eso el poder es afrodisíaco. Por eso el poder concentra parásitos en torno, como bichos voladores las luces en la noche. Al fin, de eso trata Muñeca.