viernes, 9 de septiembre de 2016

Harraga, o las cárceles para inmigrantes


Cuando crecen las expectativas de conflictos socioeconómicos, el equipo de gobierno del presidente Mauricio Macri anuncia el proyecto de crear cárceles para inmigrantes sin papeles, argumentando que es parte de la lucha contra el narcotráfico internacional y su consecuencia social, la drogodependencia. Si ya es una convicción generalizada que la pelea contra el narcotráfico y el terrorismo son excusas fantasmáticas que justifican cualquier desaguisado, una mirada somera abre camino a un interrogante: ¿Los funcionarios saben lo que hacen o viven dentro de un “taper”? ¿Creen, realmente, que un boliviano sin papeles tiene peso en el tráfico de drogas ilegales? Como el tema, cuando lo explican algunos especialistas, parece muy complejo, nos proponemos simplificarlo analizando dos de sus componentes, las drogas que se consumen y la experiencia en cárceles de este tipo que tienen otros países.

Hace poco tiempo hubo un par de muertos en Costa Salguero, por consumo de MDMA, llamado vulgarmente éxtasis. Más allá de que los encuentros con música electrónica, rave, o como se los quiera llamar, están indisolublemente ligados al consumo de éxtasis para alcanzar un estado de trance catártico, que esa droga pueda ser importada clandestinamente es una posibilidad muy relativa. La experiencia mundial demuestra que se produce localmente, sin dificultad, en la trastienda de alguna farmacia, veterinaria o garaje; cosa que sucede en todos los países con una industria médica medianamente desarrollada. Esto no es nuevo ni desconocido, tiene antecedentes ya viejos, que hoy parece que se repiten, como el mercadeo sin “importación” de anfetaminas y codeína.

Una breve anécdota ilustrativa. El que firma, allá por los 70, acatarrado, concurrió a una farmacia nada clandestina del conurbano norte en busca de un jarabe para la tos, con poco azúcar, por la gastritis. Con mirada de compresión, que al fin era de complicidad, el farmacéutico le dio un jarabe con endulzante artificial. Con dos cucharadas de ese jarabe el tipo quedó en stand by. Imbecilizado por varias horas. Pero no tanto como para no entender que había sucedido. Muchos, llamémoslos jipis, se colocaban con jarabe para la tos, que contiene codeína, un opiáceo apenas unos grados por debajo de la morfina. Pero, como el exceso de azúcar que supone beberse un frasco les reventaba el estómago, los emprendedores producían en la trastienda esas bombas con mucha codeína, nada de azúcar, y mínima acidez estomacal.

Por ese tiempo menudeaban los robos a las farmacias, para procurarse gratis el jarabe o las anfetaminas; que procuran un efecto acelerante y suelen ser consumidas por los que van por la vía rápida. En Europa es habitual que los rockeros punkis se chuten vía nasal anfetamina en polvo, despreciando la cocaína como una mariconada. Uno puede sospechar que los robos de farmacias no eran generalizados, sino puntuales, porque no en todas partes se hace fábrica clandestina, pero eso queda para la policía. Para lo que toca a esta nota, es reseñable que el consumo de jarabes para la tos ha aumentado entre los adolescentes, y es de presumir que hay nuevos emprendedores en ese ramo. Dicho esto, podemos pensar que éxtasis, anfetas y codeína integran la industria nacional, como en todos los países del Primer Mundo, sin necesidad de cárteles de tráfico internacionales, menudeando las micro redes y los revendedores que, a su vez, consumen. Así las cosas, cualquier campaña contra el narcotráfico como flagelo internacional alcanza a una parte, sólo una parte, del mercado de las drogas.

En cuanto a cárceles especiales, uno siguió de cerca el proceso español, con sus Centros de Internación para Extranjeros, donde iban a parar quienes arribaban a las costas de España en “pateras” y “cayucos”, cruzando el Mediterráneo o haciendo miles de kilómetros, pongamos desde Somalia, Mauritania o Mali. Sobre sus portales podría inscribirse lo que leyó Dante en su incursión al Infierno de la mano de Virgilio: Lasciate ogni speranza oh voi che entrate.
En esos centros de internamiento primaba el limbo jurídico, algo que sucederá, inevitablemente, con las cárceles proyectadas para Argentina. Cómo los que llegaban no estaban procesados, porque ingresar sin papeles es una contravención y no un delito, se negaba el acceso tanto para abogados como para ONG que defendieran los derechos humanos. Es cierto que se suponía que la estancia sería corta, porque los infractores serían deportados a su país de origen, pero… harraga.

“Harraga” es una novela negra del canario, nacido en Tánger, Antonio Lozano. Toma el título de una costumbre de los marroquíes de las pateras: quemar sus papeles personales para llegar a la otra orilla sin documentación que acredite de dónde vienen. Vaya uno a saber cómo llamaban a eso los subsaharianos, es decir africanos negros, que llegaban sin documentos, imposibilitando la deportación. Por ese camino los limbos de detención españoles se llenaron a tope, hacinando gente que, en definitiva, sólo buscaba huir de alguna guerra o vivir un poco mejor. Si a esa circunstancia sumamos la costumbre de que hicieran el viaje mujeres al punto de parir, para que sus hijos nacieran al llegar y fueran españoles, la situación toma carices de problema irresoluble.

Más allá de que, en un país poco poblado, como el nuestro, los inmigrantes deberían ser incorporados, porque, en definitiva, la inmensa mayoría procura un trabajo y una vida de mejor calidad, suponerlos traficantes de drogas no sólo es un dislate, es un insulto. ¿Serán obligados a quemar sus documentos, o a parir al llegar? Si los funcionarios cambiaran su punto de mira y observaran los countries de nivel medio y alto, seguramente darían con auténticos traficantes cartelizados y, para esos, que no son tantos, con las cárceles ya existentes alcanza y sobra. Por lo que no es disparatado suponer que, otra vez, la lucha contra el narcotráfico es una excusa. ¿Conspiracionismo? Puede ser, pero, en los días que corren, el que no está sanamente paranoico está totalmente loco.


Publicado en La Tecl@ Eñe. http://www.lateclaene.com/ral-argem Buenos Aires, 5 de septiembre de 2016

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